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La educación en los primeros años de vida


Existe un aforismo, atribuido a la Compañía de Jesús, que dice “danos un niño de no más de siete años y lo tendrás para toda la vida”. Significa que el pensamiento, la conducta e incluso la moralidad de un individuo humano pueden ser modificados durante esos primeros años de una forma que no será posible hacerlo más adelante, lo que no equivale a decir que la gente sea inmune a influencias ulteriores en su vida. Por lo tanto, no es sorprendente que Freud creyera que, desde un punto de vista psicológico, el niño es el padre del hombre. Lo que se aprende en estos primeros años perdura para siempre, tanto si es bueno o malo lo que se aprende.
Gracias a los avances de la neurociencia, hoy día se ha podido demostrar que esto es muy cierto. Todo lo que se aprende en la primera infancia queda grabado de forma indeleble, pero existe un periodo crítico en el desarrollo del cerebro en el cual es necesaria la experiencia o aprendizaje perceptivo social para el desarrollo normal de las capacidades conductuales. De este modo, el desarrollo normal de la conducta depende de que se produzcan determinadas actividades sociales en estadios específicos del desarrollo.
Un ejemplo muy bien estudiado del periodo crítico es la impronta, una forma de aprendizaje en aves examinada en detalle por el etólogo austriaco Konrad Lorenz. Justo después del nacimiento las aves tienden a seguir los objetos móviles de su entorno, básicamente la madre. La impronta es importante para la protección a la salida del cascarón, se adquiere rápidamente y, una vez adquirida, la ligazón es persistente. Pero la impronta solo se adquiere durante un periodo crítico temprano, que puede ser de unas horas, del desarrollo postnatal. La impronta ilustra la relación entre el desarrollo programado (la herencia genética) y el aprendizaje.
Existen evidencias clínicas que confirman la existencia de un periodo crítico en el aprendizaje. Un ejemplo muy claro es la de los niños ferales, que son aquellos niños que, por una razón u otra, se han visto privados del contacto humano y han crecido en estado salvaje, solos o en compañía de otros animales. Existen varios casos documentados de niños ferales, siendo el más famoso el del niño salvaje de Aveyron, al que se encontró a la edad de 11 ó 12 años en los bosques de Tarn, en el sudoeste de Francia. Su comportamiento era asocial y la característica más sorprendente fue que a pesar de que se le dedicó mucha atención, cuando murió a la edad de 40 años, solo era capaz de pronunciar unas pocas palabras, como si al haber perdido la oportunidad de aprender un lenguaje en los años críticos, hubiera quedado incapacitado para siempre.
La interacción social temprana con otros seres humanos es esencial para el desarrollo normal, lo que se demostró en unos estudios realizados en los años cuarenta. Se comparó el desarrollo de niños criados en una casa de acogida para niños abandonados con niños criados en una guardería en una prisión de mujeres. Los bebés de la guardería eran cuidados por sus madres que estaban en la prisión y tenían un tiempo asignado para el cuidado de sus hijos. Los bebés de la casa de acogida eran atendidos por cuidadoras que eran responsables de siete niños cada una de ellas. Por lo tanto los niños de la casa de acogida tenían mucho menos contacto con otros seres humanos que los de la guardería de la prisión. Al cabo de un año, las capacidades motoras e intelectuales de los niños de la casa de acogida estaban muy por debajo de la de los niños de la guardería, siendo retraídos, poco curiosos o alegres. Por lo tanto, la privación social en la infancia puede tener consecuencias catastróficas para el desarrollo del niño.
De forma experimental, en los años sesenta, el neuropsicólogo Harry Harlow estudió el sistema afectivo de monos criados en aislamiento. Encontró que monos recién nacidos, aislados los primeros meses de vida, al año estaban sanos físicamente pero devastados conductualmente. No interactuaban con otros monos, no se peleaban, no jugaban, ni mostraban interés sexual.
En comparación encontró que el aislamiento de un animal mayor durante un periodo similar era inocuo.
Los niños operados de cataratas congénitas entre los 10 y 20 años padecían un deterioro permanente de la visión, sobretodo en lo que corresponde a las formas, lo que sugirió que la experiencia visual es necesaria para el desarrollo normal de la visión. Ello se confirmó en un estudio con monos recién nacidos criados en oscuridad los primeros meses de vida. Cuando se introdujo estos monos en un mundo visual normal no podían discriminar formas sencillas.
Si se cría un mono, desde el nacimiento hasta los seis meses, con un parpado suturado perderá de forma permanente la visión de dicho ojo. Cuando se le retira la sutura y se expone el ojo a la luz, la mayoría de células del cortex visual no responden a la estimulación visual de dicho ojo. Sin embargo una privación similar en un adulto no tiene efecto sobre la respuesta de las neuronas corticales.


Referencias:

Harlow. H.F. 1958. The nature of love. Am. Psychol. 13:673-685.

Harlow. H.F. y Harlow. M.K. (1962). Social deprivation in monkeys. Sci. Am., 297, 136-146.

Hubel, D.H., and Wiesel, T.N. 1977. Ferrier Lecture: Functional architecture of macaque monkey visual cortex. Proc. R. Soc. Lond. [Biol.] 198:1-59.

Leiderman, P.H. 1981. Human mother-infant social binding: Is there a sensitiva phase? In K. Immelmann, G. W.Barlow, L.Petrinovich, and M. Main (eds.) Behavioral Development: The Bielefeld Interdiciplinary Project. Cambridge, England: Cambridge University Press, pp. 454-468.

Malson, L. (1964): Les Enfants Sauvages, Christian Bourgeois, París.

Zeki, S. (1995): Una visión del cerebro. Ariel Psicología. ISBN: 84-344-0860-0

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